Mediante una dura negociación, la COP28 de Dubái ha terminado nombrando por primera vez en la historia de la Conferencia a los combustibles fósiles en su declaración final. Pero ¿por qué tanto revuelo? Tras el Acuerdo de París en 2016, se inició una carrera coordinada a nivel planetario para limitar el calentamiento terrestre por debajo de los dos grados. Ese acuerdo no nombraba explícitamente a los combustibles fósiles, pero desde entonces han seguido planificándose y emergiendo nuevos proyectos como plataformas petrolíferas o centrales térmicas de carbón, que en gran medida anulan los esfuerzos de reducción de emisiones que estamos llevando a cabo todos como sociedad global. Así se desprende de un estudio promovido por la ONU que muestra un incremento en los planes de producción de carbón, petróleo y gas en un número reseñable de países.

Pero ¿de dónde sale el dinero para que sea posible? El pasado mes de octubre, once de los periódicos más influyentes del globo publicaron conjuntamente La Gran Investigación de inversión verde: la financiación fósil, una investigación que, localizando estos nuevos proyectos de energía fósil, ha tirado de la manta para conocer quién está detrás de su financiación y los hace posible. Es lamentable conocer que en la lista nos encontramos con gran parte de las principales entidades financieras del mundo tales como JP Morgan o Bank of America, pero también muchas europeas como Deutsche Bank, HSBC o las españolas BBVA y Santander. Acorde al informe, el BBVA ha participado, de forma directa o a través de sus filiales, en 210 operaciones de emisión de bonos, ayudando a recaudar 195.000 millones de euros para estos proyectos desde 2016. El Santander y sus subsidiarias están involucradas en 153 operaciones para captar 173.000 millones de euros desde la entrada en vigor del Acuerdo de París y su cliente más común ha sido Petrobras, con varios pozos petrolíferos actualmente en construcción en el Amazonas.

Esta publicación ya tiene una legión de haters en redes que denuncian el greenwashing de ambos bancos respecto de sus declaraciones públicas o estrategias de apoyo a la transición verde. Por su lado, estas entidades recuerdan que sus inversiones en energías renovables y movilidad sostenible son cuantiosas y sus inversiones están también impulsando la transición verde.

Que el mundo se conduce inevitablemente hacia la sostenibilidad es un hecho. No hay otra alternativa. Cada año la presión hacia los Estados y las empresas crecerá conforme vayan siendo más agudas las consecuencias del cambio climático -ya están incrementándose, y sólo es el principio-, y los planes para la transición verde se ratifiquen como la única salida racional.

Las entidades financieras no son tontas, conocen mejor que nadie que el futuro es verde, pero es un camino tan inapelable como espinoso. En mi opinión, su paradoja actual reside en el cálculo de la velocidad de cambio y transición, en unas organizaciones que son descomunales y además extremadamente complejas. Todo cambio en un sistema comienza por terminar con ciertas lógicas sostenidas por mentalidades a priori inamovibles; más allá de cómo se les ponga fin, esto siempre provoca una alta tensión estructural que se vierte  además sobre la segunda etapa, un periodo de transición en la que gobiernan la falta de seguridad y la confusión. En tercer lugar, posibles consecuencias como despidos, pérdida de confianza de los accionistas, conflictos laborales y un largo etc. Muchas de ellas serán inevitables, pero otras van a depender del ritmo en el cambio. Poniéndome en su piel, me preguntaría: Entonces ¿a qué velocidad avanzo para romper el menor número de cosas posible?

Sumarse con ilusión y firmeza a la ola del cambio es y será algo recurrente en el posicionamiento y marketing de estas grandes entidades ¿Quién no lo haría? Lo malo es que, amortizada ya la inversión comunicacional, llega la transformación real hacia unas operaciones sostenibles y, claro, eso es ciertamente más complejo de conseguir. Sería así adecuado invertir el orden consecutivo de estas acciones para comenzar primero dando pasos reales hacia la transición ecológica y, una vez hechos, comunicar los logros. Si hay dudas acerca de por dónde comenzar, aquí van tres propuestas realistas y válidas para cualquier entidad.

En primer lugar, abrazar en la cultura empresarial lo antes posible los criterios ESG, el llamado triple balance. La idea de que, además del balance financiero a presentar a final de año, exista un balance social y otro medioambiental por los que también haya que rendir cuentas ante la ciudadanía y el resto de partes interesadas, es esencial. Más allá de la mera formalidad de publicar el informe, es una herramienta excelente que conecta a los trabajadores con algo que es más grande que ellos y les implica en un propósito compartido. Ser Patagonia no es fácil porque depende en gran medida de trabajar esa cultura e impregnarla en todos los niveles, pero nunca es tarde para comenzar y existen disparadores: Certificaciones como B-Corp, entre otras, ordenan este proceso y permiten a la empresa comenzar a recorrer el camino.

En segundo lugar, convertir decisiones lineales -causa/consecuencia- en decisiones emergentes -basadas en el potencial-. Para ello, procesos formativos de cargos directivos y gerenciales en el enfoque y diseño regenerativos es esencial: Consiste en cambiar la mirada para trascender direcciones basadas en resolver problemas, pasando a poner el foco en el potencial. El potencial de las personas a su cargo, de su área, de su organización. Este es el liderazgo que inspira y demandan cada vez más las personas y profesionales. ¿Soy, como persona u organización, la mejor versión de mí mismo desde la posición que estoy ocupando ahora? Dudo mucho que la mejor versión de estos bancos se sitúe financiando aun combustibles fósiles. Su potencial real está en otro lugar y cada decisión cuenta. Las lineales perpetúan. Las emergentes permiten dar el salto.

Por último, acoger e impulsar nuevos mercados emergentes como el de la inversión de impacto, que mueve ya en nuestro país los 2.400 millones de euros y que se enfoca en invertir en proyectos que generen un impacto social y medioambiental positivo, además de cosechar la correspondiente rentabilidad para sus accionistas. Es tal el auge en España de esta nueva manera de invertir que, precisamente, Málaga acogió durante el pasado octubre su cumbre más importante a nivel mundial, el GSG Global Impact Summit. Fue una excelente oportunidad para acercarse a una nueva manera de entender las finanzas, en armonía con el planeta y su ciudadanía global. Es posible.

Fuente: elsaltodiario.com

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