Borja Lafuente Sanz
Director Asuntos Públicos y Sostenibilidad
Todo lo que se puede decir de manera teórica sobre liderazgo ya lo dicen Xavier Marcet en su columna semanal y Santiago Álvarez de Mon en las aulas. A partir de ahí solo queda ver, oír y practicar desde el púlpito que a cada uno su actividad profesional le brinda.
Sin reprimir la tentación de citar a otros, me acuerdo de un oficial norteamericano que aconsejaba a los jóvenes cadetes: “Si quieres cambiar el mundo, empieza por hacerte la cama cada mañana”. Algo parecido sucede con el liderazgo; si quieres aspirar a liderar, comienza por liderarte a ti mismo, pero liderarse a uno mismo tiene riesgos.
El primer riesgo es creerte que sabes más, que piensas más, o que tienes más poder que los que te rodean, y es en ese momento cuando, en vez de líder, te conviertes en un cretino. El ego es la principal enfermedad de aquel que aspira a liderarse a uno mismo y a los demás. Los trabajadores nos sentimos contentos cuando se nos hace parte de los triunfos, cuando se nos reconoce más allá de lo económico nuestro trabajo y cuando se nos junta en torno a una mesa para celebrar ese triunfo, y no todo el mundo sabe hacerlo de manera natural.
Otro riesgo es confundir liderar con mandar, como el que confunde el atún con el betún. Tener al lado a una persona que te transmite confianza, a una persona capaz de quitarse las gafas de ver de cerca y pensar más allá, marca la diferencia. Todos tenemos en nuestro imaginario el recuerdo de un jefe con el que crecimos profesionalmente, al que nos gustaba parecernos de mayores, porque además de conseguir buenos resultados profesionales, se acordaba de tu cumpleaños, preguntaba por esa operación de cadera de tu abuela o te recordaba que había cosas por encima del trabajo que no había que perder de vista. Lo que viene siendo, ser una persona que se viste por los pies.
Todos estos rasgos que caracterizan a un líder se pueden extrapolar a las organizaciones. Hace unos años, tres tipos americanos, después de haber ganado una pasta gansa con negocios muy rentables, se cayeron del caballo como San Pablo, dándose cuenta de que el modelo exitoso de empresa era el modelo extractivo, donde ganan solo unos pocos, y donde cuando vienen mal dadas son los de abajo los que lo padecen; había tocado fondo. Estos tipos fundaron un movimiento llamado BCorp, que parte del dogma de que más allá de ganar dinero, hay que ganarlo con ciertos principios y valores. Estas empresas hoy son las que quieren liderar el cambio. Empresas que lejos de mostrar la voracidad competitiva son capaces de pensar que hay pastel para todos. Son capaces de decir: “Señores, este no es el camino si queremos seguir operando”. Empresas que dejan en un segundo plano las rentabilidades leoninas, primando la generación de impacto positivo en las personas y el medio donde habitan.
Empresas humildes, como los buenos líderes, que se reconocen a ellas mismas como imperfectas y que el propio reconocimiento de las imperfecciones les lleva a mejorar cada día, a tomar decisiones valientes, a acompañar a otras empresas que tienen dudas, sobre todo empresas que quieren escuchar a sus consumidores, porque saben que sin ellos, no tienen mucho recorrido. Y esto es todo lo que hoy puedo decir sobre el liderazgo empresarial.