La intérprete y compositora peruana Magali Revollar Quispe traslada esta lengua originaria, viva en siete países de Sudamérica, a un nuevo escenario: la población migrante que reside en España

Magali Revollar Quispe tenía siete años cuando aprendió a hablar quechua. Le instruyó su abuela, aunque recuerda que su idioma materno había estado siempre presente en su vida, a través de la música. “Mis padres no me enseñaron el quechua para protegerme de la discriminación, era un acto de amor, no querían que nadie me humillara por ser indígena o que me rechazaran por mi acento”, recuerda. Ahora, esta cantautora y actriz residente en España desde hace más de dos décadas, canta, interpreta y enseña el idioma de los incas en el país que la acoge.

En Perú, las posibilidades de hablar su idioma natal se reducían al espacio cultural. “Mi madre cantaba en nuestro idioma. Nuestra identidad se podía expresar a través de la música. Pero en la escuela solo podías comunicarte a través de español”, lamenta. Solo en este país, el último censo de población, de 2017, identificó a cerca de 3,8 millones de hablantes de quechua. De las 560 lenguas indígenas identificadas en América Latina y el Caribe, según el recuento de Naciones Unidas, el quechua es la lengua nativa que más se ha extendido en Sudamérica. La hablan más d 10 millones de personas de siete países de la región: Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador y Perú.

Uno de cada cinco pueblos indígenas ha perdido su lengua materna en las últimas décadas

Por eso Revollar no tardó en darse cuenta de que su pasión, la música, serviría como uno de los puntos de conexión de su identidad indígena quechua con su entorno. A los 16 años ya había formado una agrupación musical femenina con tres amigas. “Yo decía que me iba a clases de repostería para que mis padres no me descubrieran”, cuenta mientras desprende una sonrisa nostálgica.

Ese fue el inicio de su vida artística. Aprendió a tocar cerca de media docena de instrumentos de viento como la quena o la zampoña —sicu, precisa ella, en quechua—, que es una flauta andina que, en palabras de Revollar, representa la dualidad del mundo andino. También la quenilla, el pututu o caracola marina; y su favorita: el waqrapuku, un instrumento hecho a base de cuernos de toro que “representa el mestizaje”.

En España compagina su vida como auxiliar de enfermería en un hospital de Madrid con los conciertos de música latinoamericana y andina. Durante dos años, también impartió clases virtuales de introducción al quechua en unos cursos organizados por el consulado de Perú en Madrid. Sus alumnos eran peruanos residentes en España que querían reconectar con su lengua materna o aprenderla de cero. Pero también ha llegado a los niños, a través de las escuelas de sus dos hijas. “Para los más pequeños escribí unos cuentos en los que, además de quechua, aprendían los valores de la cultura de los incas, como por ejemplo, el respeto a los animales y el vínculo con la naturaleza”, detalla. La situación convulsa actualmente en Perú mantiene este proyecto en pausa. “El último taller concluyó en diciembre de 2022, ahora no sabemos si va a continuar, porque el apoyo a la interculturalidad también está en manos de quienes nos gobiernan”, reflexiona.

Una cicatriz del pasado

La artista, de 49 años, cuenta que aunque ella pudo aprender quechua de su abuela, el rechazo a esta lengua es aún una realidad en el país. Solo en Ayacucho, su ciudad natal, el 31% de la población pertenece a los pueblos indígenas ashaninkas y quechua, y, sin embargo, el idioma de intercambio social sigue siendo el español. “Nadie quería hablar quechua porque en las ciudades grandes corrías el riesgo de ser maltratado. Si algún quechua hablante iba al centro de salud o a otras instituciones, muchas veces no los atendían como debía ser, se notaba el rechazo. Recuerdo que estaba haciendo la fila para hacer la compra y delante de mí estaba una mujer indígena, con su ropa tradicional. Solo por eso, la dependienta quiso atenderme antes que a ella. Es muy triste”, lamenta.

Nuestra identidad se podía expresar a través de la música. Pero en la escuela solo podías comunicarte a través de español

El Banco Mundial advertía en 2019 que “la mitad de los idiomas que existen hoy en todo el mundo se extinguirán durante este siglo”. En el caso de América Latina y el Caribe, añadía, “uno de cada cinco pueblos indígenas ya ha perdido su idioma nativo: en 44 de esos pueblos ahora hablan español y en 55 lo hacen en portugués”. “Las razones tienen que ver con sus niveles de pobreza, de exclusión social y la falta de reconocimiento legal y eficiente de los derechos indígenas”, reza el documento. Coinciden con este diagnóstico las conclusiones del último Panorama Social de América Latina de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en donde se muestra que la población indígena tiene el doble de posibilidades de vivir en condiciones de pobreza y cuatro veces más de vivir en extrema pobreza que la población no indígena de la región.

“Esta es una cicatriz del pasado, que viene desde la colonización. Nos han hecho creer que los indígenas somos poquita cosa, que nuestra cultura no vale, que nuestro idioma solo es folclor. Pero no es así”, argumenta Revollar. Y enfatiza en que la base de esa marginación se sienta en la educación. “Como la gente cree que somos ignorantes, no le dan valor a nuestro idioma, no se enseña; incluso nuestra propia gente prefiere aprender inglés o francés antes que el quechua. Aprender otros idiomas no está mal, el problema es despreciar el nuestro”, reclama.

Aunque a veces el panorama resulta desolador, Revollar reconoce que cada vez existen más iniciativas para impulsar una educación intercultural, desde los organismos internacionales y nacionales, así como iniciativas propias. “Mi lucha es a través del arte, porque la cultura nos une. No quiero llegar solo a mi propia gente, sino a todos, para que se den cuenta de que el quechua es un idioma que tiene una historia, una cultura y unos valores. Quiero que nos conozcan para que nos respeten”, finaliza.

Fuente: El País – Paula Herrera
Fotografía: Samuel Sánchez

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